El aspirante a la nominación presidencial por el Partido Demócrata, Barack Obama, interviene ayer en un acto proselitista, acompañado del senador Edward Kennedy y Carolina Kennedy, hija del ex presidente John H. Kennedy, realizado en Boston, Estados Unidos. (AP)
Por ANTONIO CAÑO
LOS ÁNGELES,( El Pais) .-Algo grande está pasando en Estados Unidos cuando 10.000 personas de todas las razas y edades reunidas en el estadio de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) gritan al unísono "¡sí se puede!", en español, en un acto insólito, representativo de una nueva política, de un nuevo estilo, y presidido por cuatro mujeres célebres, únicas e incomparables entre sí: Michelle Obama, la esposa del candidato presidencial demócrata; Caroline Kennedy, la hija del ex presidente John Kennedy; Oprah Winfrey, el rostro más popular de la televisión, y Maria Shriver, la mujer del gobernador de California, Arnold Schwarzenegger.
Un acto que el director de las páginas de opinión de The New York Times, Andrew Rosenthal, calificaba ayer como "el mejor mitin electoral conocido en 20 años de cobertura de campañas presidenciales".
El acto capturó la atención del público de California en una jornada en la que competía con la celebración de la Super Bowl, y confirmó que el fenómeno electoral de Barack Obama llega en plena efervescencia a su cita con el crucial supermartes.
Veinticuatro Estados acuden a las urnas hoy para elegir a sus candidatos presidenciales, y en todos ellos Obama asciende en las encuestas; en muchos, con claras opciones de victoria. John McCain es el favorito indiscutible entre los republicanos.
La excepcionalidad del acontecimiento de la UCLA no radica sólo en la categoría de sus oradores -que lo es, porque nunca antes habían participado en este tipo de actividades-, sino en lo que ese acto dice sobre el mensaje de Barack Obama. Lo explicó, en parte, su esposa, Michelle, cuando se quejó de que "esta nación está todavía demasiado guiada por el miedo". "Hemos creado una generación", añadió, "que vive en la duda, en el aislamiento, en la desconfianza". Pero lo argumentó mejor que nadie Oprah Winfrey al confesar que, por primera vez en su vida, se sentía una persona libre para votar por quien quería votar, no por el que más convenía ni por el menos malo ni por el candidato de su partido, sino por quien realmente quería votar.
Dijo que se sentía, además, "una mujer libre". Recordó que, cuando estuvo en Iowa, haciendo campaña para Obama, una mujer se le acercó y le llamó traidora. Traidora ¿a quién?, pensó. ¿A las mujeres o a los negros? A nadie, decidió. Ahora se siente una mujer libre, "sin limitaciones de raza o sexo".
Este mensaje de libertad, esperanza y cambio se ha extendido por todo el país en cuestión de días. Con excepción de The New York Times -Rosenthal pedía ayer a Hillary Clinton que escuchara atentamente, "muy atentamente", lo que se oía en la campaña de Obama-, los principales diarios de los Estados en los que hoy se compite han apoyado al joven senador negro. En Los Ángeles, San Francisco, Boston, Chicago, Atlanta, San Luis, Kansas... Todas las cabeceras de referencia, sin excepción, comparten el entusiasmo por el discurso emotivo y transformador de Obama. El país está en el trance de caer en sus brazos con la pasión ciega de un enamorado.
Frente a ello, Hillary Clinton cuenta todavía con el arma de la inevitabilidad. Sigue siendo a los ojos de los analistas la candidata verosímil frente a la fantasía que rodea a su rival. Ella intenta compensar esa idea ofreciendo un ángulo más humano -ayer volvió a emocionarse, como en vísperas de las primarias que ganó en New Hampshire-.
Pero la elección inevitable de Clinton se ha ido poniendo en duda desde que Obama venció en Iowa y, de forma más acelerada, tras su triunfo en Carolina del Sur. Cuando para millones de estadounidenses llega la hora de decidir en las urnas, subsiste la incógnita sobre cuánto combustible le queda a Clinton en la reserva para afrontar esta fecha. Las encuestas auguran un final de fotografía. Y, si es así, esta carrera continuará más allá, quizá hasta la convención demócrata del verano.
Silencio, se rueda.
Esto es California y, cuando se habla de elecciones, a los medios de comunicación se les ocurre preguntar qué actores interpretarían los papeles de Barack Obama y Hillary Clinton en una película. Hay dudas sobre el papel de Obama; Denzel Washington y Will Smith se reparten los gustos.
Pero existe absoluta coincidencia en que Clinton merece ser interpretada por Glenn Close.Esto es un poco arquetípico, la verdad. California, por supuesto, es mucho más que Hollywood. De hecho, el colectivo del cine no ha tenido mucho que decir hasta el momento en esta campaña. California es, por ejemplo, la fuente principal de recursos económicos de los candidatos. El 20% de todo lo recolectado en el país por los dos aspirantes demócratas lo han conseguido aquí.
La razón de eso no es únicamente que sea el Estado más poblado y con mayor renta por habitante de la nación, sino la coincidencia que se da entre ricos y demócratas. Hay, desde luego, muchos ricos republicanos en el Orange county, semillero de votos y de dinero para los conservadores. Pero abundan también los demócratas que han hecho ingentes fortunas en la industria tecnológica del Silicon Valley, en el propio espectáculo o en los medios de comunicación.
Los californianos son famosos por su desapego con los problemas del país. Pero esta vez, la emoción de la campaña demócrata ha cambiado un poco las cosas. Los candidatos han dedicado mucho tiempo a California, que ha adelantado sus primarias precisamente con el objetivo de involucrarse más en la política nacional.Este Estado está orgulloso de ciertos valores propios que lo hacen universalmente reconocible. Lo dijo la primera dama californiana, Maria Shriver, en un acto el domingo. "Si Barack Obama fuese un Estado sería California: diverso, abierto, inteligente, independiente, innovador, soñador, líder
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