Domingo, 21-09-08
   Embajadores norteamericanos expulsados, bases militares  clausuradas, acusaciones de espionaje e injerencia en asuntos internos, se  suceden en países que hasta hace poco no se atrevían a rechistar frente al  imperio. Iberoamérica ha perdido el respeto y el miedo a Estados Unidos. De  Tegucigalpa a Buenos Aires, con escala en Managua, Caracas, Quito, La Paz y  Asunción, alzan la voz y toman medidas en contra de la todavía primera potencia  del mundo. El golpe más sonado lo protagonizó hace unos días el presidente Evo  Morales al «repatriar» al embajador Philip Goldberg tras acusarle de  «conspiración contra la democracia», por entrevistarse con los gobernadores de  las provincias rebeldes.
 La reacción de Washington fue inmediata. George Bush respondió con  la misma moneda y puso de patitas en la calle al embajador boliviano, Gustavo  Guzmán. Pero eso no fue todo. A los pocos días, el Departamento de Estado dio a  conocer la lista de países que habían «fracasado manifiestamente» en su lucha  contra la erradicaión de cultivos de coca destinada al narcotráfico: Bolivia  formaba parte de ella después de tres años de no estar mencionada. 
 El efecto dominó o contagio irreverente hacia Washington tuvo eco  automático en Nicaragua. Daniel Ortega, abusador de su propia hija, sandinista y  presidente en sinuoso ejercicio del poder, amenazó —aunque no cumplió— con  expulsar al embajador de Estados Unidos en Managua. La noticia era previsible.  No así que Honduras, conocida hasta hace unos años como «el portaaviones de  Estados Unidos», se aliara al eje díscolo. El presidente centroamericano humilló  al nuevo embajador de Estados Unidos al retrasar ocho días la recepción de sus  cartas credenciales en solidaridad con Evo Morales. Manuel Zelaya, el rostro  amable del club de los amotinados con acento español, hizo el primer gesto  «antigringo» al incorporarse al ALBA, la alternativa chavista al ALCA (Acuerdo  de Libre Comercio de las Américas) que impulsa Estados Unidos.
 A la firma del tratado de adhesión, el 25 de agosto, asistieron en  Tegucigalpa Ortega, Morales y el vicepresidente de Cuba Carlos Lage. El enviado  de los hermanos Castro, excelente representante del pensamiento único de la  isla, no desperdició un minuto para fustigar a Estados Unidos, su eterno  enemigo. En rigor, Cuba ha sido históricamente la excepción que confirmaba la  regla de obediencia debida del continente a las directrices o, entre comillas,  sugerencias de Washington.
 La base de Manta
 Con nuevos bríos en el patio trasero de Estados Unidos, Rafael  Correa también movió ficha nacionalista. El ecuatoriano, hábil para reescribir  el proyecto de Constitución que saldrá a referéndum el próximo domingo —incluso  después de aprobado por la Asamblea Constituyente—, prohibió en la futura Carta  Magna la presencia de bases militares extranjeras en su territorio. Coherente  con esa disposición, Correa, uno de los abanderados más entusiastas del  Socialismo del Siglo XXI que inventó Hugo Chávez, anunció que la base militar de  Manta que controla Estados Unidos tiene sus días contados, tantos como los que  quedan para que venza el acuerdo suscrito por ambos países.
 En el suma y sigue de desplantes, con mayor o menor frontalidad, se  añade Paraguay. El ex obispo Fernando Lugo no intentó disimular sus afinidades  con Hugo Chávez en los actos de su investidura presidencial del mes pasado.  Ambos compartieron agenda extraoficial salpicada de las habituales promesas de  petrodólares venezolanas. Guiño o confesión de parte del rumbo que adoptará el  Gobierno de Lugo, la designación de éste como ministro de Asuntos Exteriores a  Alejandro Hamed Franco, no fue una señal buena para Washington.
 El flamante canciller paraguayo, ex embajador en el Líbano, tiene  denegado el visado para entrar en Estados Unidos. La Administración de Bush lo  incluyó en la lista negra por su apoyo a Hizbolá.
 La «valija»
 El broche de oro del derecho al pataleo contra Estados Unidos. se  lo cuelga en la solapa Cristina Fernández de Kirchner. La presidenta de  Argentina vive sus horas más bajas y atribuye —al menos públicamente— parte de  sus desgracias a lo que denominó «operación basura» de Washington. Ésa fue la  expresión con la que prácticamente inauguró su mandato para referirse al juicio  abierto en Miami contra unos venezolanos involucrados en el escándalo de la  «valija», con cerca de ochocientos mil dólares que intentaron colar en Buenos  Aires para financiar su campaña electoral. El dinero se presume que salió de las  arcas de Hugo Chávez. Cansado de los improperios tanto de la presidenta como de  sus ministros, el actual embajador de Estados Unidos en Argentina, Earl Anthony  Wayne, reconoció: «Claramente hay tensiones en las relaciones».
 Cuarta flota
 En este contexto, dirigentes con trato de seda con la  Administración Bush también han expresado cierto malestar con su vecino del  norte. El ejemplo más simbólico es el de Luiz Inacio Lula da Silva. El  presidente de Brasil mostró su desagrado por la reactivación de la cuarta flota  norteamericana en la región e impulsa un Consejo de Defensa Sudamericano que  podría hacer sombra o anular de hecho el TIAR, tratado de defensa continental  que encabeza Washington.
 Inconcebible hasta ahora posiciones, declaraciones y acciones como  las mencionadas en la parte inferior de este continente, el eje iberoamericano  que todavía se da la mano con «el amigo americano» lo lideran Colombia, México,  Perú, Chile, Uruguay y, pese a la cita anterior, Brasil.
 ¿Qué ha pasado para que en tan poco tiempo cambien tanto las cosas?  ¿Cómo se ha pasado de mantener «relaciones carnales», según el término acuñado  por el canciller argentino Guido Di Tella, a estar coqueteando con el divorcio  de Estados Unidos?
 Más fuerte
 La socióloga Graciela Romer responde, «América Latina se ha hecho  más fuerte porque Estados Unidos se ha hecho más débil. Ha habido un cambio de  orientación ideológica en una región donde la economía de mercado ha fracasado y  generado polarización social y desequilibrio». El primero en aprovechar el nuevo  escenario fue el presidente de Venezuela pero, para Romer, «el Gobierno de  George Bush, con su actitud, ha contribuido a inflar su figura».
 Hugo Chávez encarna un grado de insolencia hacia Estados Unidos  nunca visto, pero a él hay que atribuirle las riendas de una corriente que  insiste en extender sus afluentes por Suramérica. Dicho en su propio idioma y  con las palabras que utilizó para anunciar la expulsión del embajador de Estados  Unidos, la cuestión, para él, es simple: «Yanquis de mierda ¡váyanse al  carajo!».

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